miércoles, 21 de marzo de 2012

Siempre he sido un tipo bastante insensible, y me daba todo igual. El otro día, mirándome al espejo, descubrí por qué. Me di cuenta de que era la imagen que se reflejaba, y que a quien contemplaba era a un ser de carne y hueso, que vivía en el mundo real, con sus pasiones y todo eso. Me pregunté cómo era eso de sentir, y no sólo repetir los gestos que estaba viendo (¿de tristeza? ¿felicidad? ¿sueño? ni siquiera lo sabía). Me lo pregunté, pero vamos, que me daba igual. Si los trenes van a la velocidad de la luz, y los aviones llegan antes de salir, dónde iremos con tanta prisa, si ya todo es igual. Y si nuestras telecomunicaciones son sofisticadas y nada tenemos que decir, porque todo da igual; y si se alarga la esperanza de vida, pero sin esperanza, porque qué más da... quizá algún día, en nustras sociedades industriales, gracias al progreso y al estado del bienestar, todos seremos casi iguales, y no correrá la sangre, pero tampoco sabremos si la llevamos en las venas. Pero tampoco es para tanto. El sol, a todas luces, sigue brillando. Y si deja de hacerlo, es sólo una estrella entre tantas otras. Nada es para tanto... cuando todo da igual.

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