viernes, 23 de marzo de 2012

vida


Si armonizar pudiera mis virtudes
para ser como yo quisiera ser,
aunque fuera con mil vicisitudes,

sin ánimo de gloria poseer,
seguro que sería lo que no soy
y alejaría de mí, lo que ya es.

Mas, como todo sale del tintero,
la pluma se emborracha y se desliza
y me transformo al fin en lo que quiero.

Así, ¿qué ver del niño que no sea
su ingenuidad y cándida inocencia
que osado y atrevido se recrea

llevado por la duda y la impaciencia?
De la mujer, su facultad de madre,
del anciano, templanza y experiencia,

del joven, su arrogancia y su donaire,
del preso, su resignada paciencia,
del ladrón, su temeraria osadía,

del rico, su avaricia y su indolencia,
del pobre, su astucia para vivir,
del héroe, su arrojo y su valentía,

del cobarde, exacerbada prudencia,
del santo, su ejemplar comportamiento,
del tirano, su frialdad e imprudencia.

Sin más, de toda condición humana,
por aberrante y perversa que sea,
una luz se filtra por su ventana,

que sin ser muy brillante o no se vea,
siempre dejará una huella visible
que el ajeno valora o se recrea.

Y cuando me veo listo para andar
y señalo en la vida mi sendero,
es mucho a lo que debo renunciar,

a pesar de haberme hecho como quiero:
vana ilusión y desquiciado empeño
aunque el proyecto salga del tintero.

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