miércoles, 21 de marzo de 2012

Un hombre tumbado en un diván - parece desdichado - y una psicóloga están en la consulta de ésta. El hombre desdichado habla. La psicóloga toma notas: - Míreme, doctora. Yo soy perfectamente normal. ¿Por qué tuve la desgracia de nacer de un huevo? ¡Si soy un ser humano como cualquier otro! Ya ve usted que no tengo nada de ave, ni de reptil... - ¿Quizá de pez? - interrumpe la doctora. - ¡Tampoco! - responde el paciente, mientras Paloma Gavilán, doctora en Psicología por la Università di Milano, escribe a toda prisa en su cuaderno. - Soy cien por cien humano - continúa - pero mi madre puso un huevo a los tres meses de embarazo y me incubó otros seis meses hasta que rompí el cascarón. No me enteré de todo esto hasta los diez años, más o menos. Me lo dijo mi hermano mayor. Estábamos discutiendo y sabía que lo dijo para fastidiarme. No le creí. Le llamé mentiroso. No le creí, pero algo en mí debía saber la verdad, porque no era normal que me pusiera tan furioso. Le llamé de todo, traté de pegarle, aunque él era más grande. Me puse a llorar y llegó mi madre. Entonces le dije lo que había dicho mi hermano... La voz del paciente se apaga, sus ojos parece que miran a algo que no está en aquel lugar, como si estuviera viendo la escena que ha narrado. La doctora Gavilán da golpecitos con el bolígrafo en el cuaderno. Por fin, el paciente reacciona y concluye: - Mi madre no tuvo que decirme nada. Leí la verdad en sus ojos. Era todo cierto. De nuevo se queda en silencio. La doctora piensa un momento y pregunta: - ¿Había notado antes rechazo por parte de su familia o su entorno? - ¡Sí, por cierto! En primer lugar, mi padre... - ¿Cómo es la relación con su padre? - pregunta la doctora. - Nunca lo veo. - responde el hombre desdichado, que parece más desdichado por momentos, - No se extrañe. Él me odiaba. Años después supe por qué. Decía que un niño que había salido de un huevo no podía ser suyo. Creo que esto fue lo que causó que se marchara de casa. Cuando se fue, mi madre me contó que incluso se había opuesto a que me incubara. ¡Imagínese! ¡Mi propio padre! - Comprendo... - dijo la doctora, y su rostro tenía un gesto realmente muy comprensivo y tranquilizador. - Y no era sólo mi padre... los demás niños... no sé cómo lo supieron... pero me llamaban "pájaro". ¡Yo era el pájaro, el pajarito, el pajarraco o el gorrión!"Pájaro de mal agüero, pájaro de mal agüero..." les oía susurrar a mi paso. ¿Y acaso tengo algo de pájaro? - A primera vista diría que no. - concede la psicóloga. - ¿Tengo alas? - insiste él. - No - responde ella. - ¿Plumas, pico? - insiste más. - No - responde más. - ¡Efectivamente! - concluye él su demostración - Soy un humano normal y corriente... aunque... - ¿Sí? - le anima a seguir la doctora. - Aunque... - sigue, ruborizándose un poco - es verdad que hasta hace unos pocos meses nunca he podido probar una sola tortilla... La doctora Gavilán palidece. Dice, con voz entrecortada: - Jamás oí atrocidad semejante. Su paciente parece más desdichado que nunca. Gime. Solloza. Dice entre hipos: - Usted... también me rechaza... La doctora está roja de ira y al mismo tiempo pálida de miedo - el tono de su piel es, por lo tanto, un tono de rosa entre claro y fosforescente. Tiembla y echa chispas por los ojos, a la vez que exclama: - ¡Usted... ha comido huevo! Sale volando, indignadísima, por la ventana. En ese momento, el hombre que había nacido de un huevo comprende, como en una revelación, que puede volar. Se sube al marco de la ventana. Manteniendo a duras penas el equilibrio, extiende los brazos por el lado de afuera. Salta hacia delante y empieza a batir los brazos frenéticamente. Sus últimas palabras antes de morir son: - ¡Doctora, espere!

No hay comentarios:

Publicar un comentario