miércoles, 21 de marzo de 2012

A Susanita y Miguelito, compañeros de parvulario, les gusta mucho jugar juntos. Juegan al escondite, a los médicos, a indios y vaqueros, y al parchís. Se divierten tanto, que no se dan cuenta del tiempo que pasa… - Susanita, Susanita – dijo Miguelito. - ¿Qué, Miguelito? – respondió Susanita. - Llevamos mucho tiempo jugando, - dijo él. - Es verdad, - afirmó ella. Aquel día, Miguelito había cumplido 37 años, mientras que Susanita seguiría teniendo 36 unos meses aún. - Sí, ha pasado mucho tiempo, - repitió Miguelito, con gesto un poco preocupado. - Nos hemos hecho mayores, Miguelito, - dijo Susanita. Miguelito miró sus manos, su cuerpo, se fijó también (fugazmente) en el cuerpo de Susanita. - Sí. Mayores. – dijo. - Y… seguimos en el… parvulario… - añadió trabajosamente Susanita, luchando con una idea que no quería aceptar. Miguelito miró a su alrededor. De pronto se concretó la vaga preocupación que le atormentaba: - Ya no tenemos edad para estar en el parvulario, Susanita – dijo. La evidente y terrible verdad de esta tesis cortó de un tajo la conversación. Los dos parvularios se miraban, con cara de susto. - ¡Mayores! – gritó Miguelito unos minutos después. Susanita le miró preocupada. - No grites, por favor… tenemos que hacer algo, - susurró dulcemente al oído de Miguelito, sorprendiéndose a sí misma de lo dulcemente que podía susurrar, de pronto, al oído de Miguelito. Éste la miró bastante confundido: - Ha… hacer… qué – tartamudeó. - ¡Deberíamos casarnos! – gritó Susanita. Y no gritó para dar más énfasis a su propuesta, sino porque ya sonaba atronador el timbre que les llamaba a clase. Entonces fue cuando Miguelito se dio cuenta de todo lo que había cambiado, de qué significaba que hubiera pasado el tiempo. Pensó en la boda, en el párroco que los casaría, y que no diría Susanita y Miguelito, sino Susana y Miguel. Todo iba a ser distinto, pero Susana estaría a su lado… él era un hombre, y ella sería su mujer… estaba dispuesto a todo… - ¡Sí! – gritó, gozoso, pero demasiado tarde, porque el recreo había terminado, la maestra había visto que se quedaban rezagados, les había llamado (¡Susanita! ¡Miguelito!) y ya Susanita (de nuevo Susanita) correteaba alegremente en dirección al aula.

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