miércoles, 6 de junio de 2012

“Los veo a todos, los escucho a todos. Cómo me agasajan, cómo me admiran por mi recorrido, por mi trayectoria. Cómo suelen creer que soy un hombre célebre y pleno. Cómo suelen creer que de algún modo llevo la vida que todos ellos desearían llevar. Cómo creen que hago lo que hago por placer y con gusto. Cómo todos ellos me miran y creen que soy un escritor.

Por suerte me ven de lejos, como quien ve aquello con lo que no desea involucrarse. Me ven desde allí, como aquel que toma un libro de vez en cuando para entretenerse. Ellos me acercan sus ensayos poéticos y me preguntan mi opinión, yo ignoro lo que pienso y les ofrezco una palabra de aliento. Porque no quiero lastimarlos, porque me admiran y no quiero lastimarlos. Pero me admiran porque creen que soy un escritor.

Pero si se acercaran, si no sólo me conocieran a través de mis libros, conocerían la verdad. Que esa cualidad que ellos admiran en mí tiene poco que ver conmigo. Que no es más que una maldición. Que escribir no es una forma artística de expresar ideas sino que es, en realidad, una condena. Una condena que me oculta y me aparta, una condena que me impide realmente vivir. Que el escritor está condenado a una vida instrumental de eternas correcciones y rescrituras para decir lo que quiere, para pedir lo que quiere, para vivir lo que quiere.

Ellos no comprenden, y quizás nunca lo comprendan, que el escritor escribe para soñar un mundo, porque el mundo que le fue dado no le basta, no le sirve para vivir. Porque la hoja y la pluma son un escudo y una espada con la cual se enfrenta a una realidad terrible que ataca con corduras y sensateces a las fantasías poéticas de la sinrazón. El escritor no escribe para comunicar ni para expresar, el escritor escribe para poder vivir. Lo hace para enfrentar, al menos de esta forma cobarde y atrincherada, lo que todos los demás combaten arriesgando sus vidas. Pero ellos piensan que lo hago porque creen que soy un escritor.

Y si insisto en que estoy condenado es porque, contrario a lo que todos suponen, yo no escribo la letra… la letra me escribe a mí. Las palabras surgen a través de mí, me utilizan como un instrumento para alcanzar su existencia. Pero yo no las pienso, no las esbozo, no las elijo. Mi única tarea, acaso, en este proceso perverso sea el acto, fundamental e inicial, de acercar la pluma hacia el papel; lo que sucede después no me pertenece. Las palabras surgen a pesar de mí.

Y si me felicitan, si me admiran, si se conmueven es porque creen que soy un escritor. Pero ahora lo confieso, yo nunca escribo, son las palabras las que se inscriben en mí. Entonces hacen mal en llamarme escritor… quizás, más bien, deberían nombrarme escrito.”..............

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