viernes, 23 de marzo de 2012

no te creo


En costa lejana
y en mar de Pasión,
dijimos adioses
sin decir adiós.
Y no fue verdad
la alucinación.
Ni tú la creíste
ni la creo yo,
«y es cierto y no es cierto»
como en la canción.
Que yendo hacia el Sur
diciendo iba yo:
«Vamos hacia el mar
que devora al Sol».
Y yendo hacia el Norte
decía tu voz:
«Vamos a ver juntos
donde se hace el Sol».
Ni por juego digas
o exageración
que nos separaron
tierra y mar, que son
ella, sueño y el
alucinación.
No te digas solo
ni pida tu voz
albergue para uno
al albergador.
Echarás la sombra
que siempre se echó,
morderás la duna
con paso de dos...
Para que ninguno,
ni hombre ni dios,
nos llame partidos
como luna y sol;
para que ni roca
ni viento errador,
ni río con vado
ni árbol sombreador,
aprendan y digan
mentira o error
del Sur y del Norte,
del uno y del dos!

Deseo


Deseo
atrapar el viento en mi cara
pedir por su frescura
que alivia la quietud
de una mirada prófuga
camino por el jardín
creado por años sin luz
regado de confianza
alborotando semillas rojas,verdes ,amarillas
humedecidas de lágrimas
Deseo
correr sobre el pasto verde brillante
sintiendo alitas en mis pies
ponerme de rodillas rescatarme en el
y decirle gracias, reír y llorar a la vez
sentir que estos años
fueron pergeñados por motivos saludables
que aun mi esencia esta latiendo
que el sol me acompaña
y que vos me pensás
para el bien,aun lejanos estamos en un punto
con eso bastaría por ahora

Q viejito


Los viernes suelen ser mi día favorito por dos razones, cada cual más importante:

1.- Por que va después del jueves...
2.- Es el último día laborable de la semana...

Pero este viernes iba a ser la excepción que desbaratara mi regla: NO TRABAJAR LOS SABADOS. Pero no adelantemos acontecimientos y vayamos por partes.

Eran las 19:55 h. Y todo estaba bajo control, una leve inclinación de sillón y una música agradable (por la radio) culminaba la escena, maravillosa escena...

Faltan dos minutos para las 20:00 h. Contemplo el lento pero seguro discurrir del segundero del reloj.

1 minuto para salir. Sonrisa de oreja a oreja y repaso mental del horario de ocio para el fin de semana... Suena el tfno., el subconsciente gobierna la oficina... pero suena tanto el tfno... El subconsciente se retrae. Vuelta a la vida real (porque no se estropearán los tfnos. Cuando yo diga)

- Dígame, contesté sin mucha emoción.
- ¿Sr. Pérez, puede prestar más atención a su trabajo y mostrarse más activo?
-Coño el Sr. García, jefe absoluto... MI JEFE. bla y bla bla. Mañana se abre la oficina y usted tiene que venir...

COSAS DE LA EDAD

Yo sólo pregunté porqué, para mis adentros y con un amable “Sí Señor. Colgué. Con una mala ( ) Pongan lo que quieran en el paréntesis. He aquí como: “El proletario propone, el tiempo se detiene y el Jefe te jode

Y en ésas andaba yo cuando sonó el móvil. Unos amigos y yo cenábamos por la noche. ¡Por fin me iba a aliviar de tensiones! Todos nos reunimos en el bar de costumbre, tras las proposiciones de rigor acerca del restaurante al que íbamos a ir, Gema propuso ir al nuevo de la ciudad. Asentimos por lo de la novedad y ¡la jodimos!. Jodimos 4.000 pelas y comimos ¡HIERBA! Exacto, era vegetariano.

Las 24:00 h. Vamos a tomar una copa, la mía rápida. A la 1 de la mañana me despido de ellos. Mientras los demás van a divertirse por ahí hasta las tantas. ¡¡Porqué a mí!!

COSAS DE LA EDAD

Es sábado, el tiempo es lluvioso y frío, invita a quedarse en casa, en la cama. ¡¡¡Sólo cuatro gilipollas tenemos que trabajar!!! ¡¡¡LA VIDA NO ES JUSTA!!! A pesar de ello, cumplo con mis obligaciones. Voy a la oficina y allí me tocan la moral durante toda la mañana.

El teléfono no para de sonar . Es las 14:15 h. Yo aún no he salido de la oficina. Las 15:00, por fin cierro.. Llego a un restaurante y como lo que me dejan, porque lo demás o no había o se acababa de terminar. Y pienso:

COSAS DE LA EDAD

En fin, llego a casa, tiro los zapatos y me dejo caer directamente en el sofá, estoy a punto de dormirme. Móvil... ¡Adiós siesta!... Lo cojo. Mi amigo tiene un problema existencial: ¿Qué traje ha de ponerse para esta noche, el caqui o el beige. Yo que soy muy considerado no lo mando a la mierda y le explico con mucho cininismo que me da igual. Salimos de cena y vamos a un restaurante ¡¡¡¡CARNIVORO!!!! No podemos comer... ¡Está lleno! Acabamos en un lugar peor y más caro.
Visto lo que hay, decido emborracharme. Las 5 de la mañana... La cabeza me da vueltas... Logro dormir, después de vomitar hasta los higadillos en el water:

COSAS DE LA EDAD

Las 11 de la mañana, llaman y aporrean a la puerta. Dolor de cabeza enorme y... No puede ser ¡¡¡hay alguien en mi cama!!! ¿¿¿Quién es??? Evito la solución ante tal situación

COSAS DE LA EDAD

Consigo abrir la puerta , tras un esfuerzo sobrehumano. ¡¡Mi Ex, con el niño pintado de indio y una cara de iniciar una guerra, que
no veas!!

¡¡¡¡Bla, bla, bla... Toma el niño!!! Se va antes de que pueda decir algo. Cierro la puerta. No encuentro a la mala bestia, mi hijo. Y lo que encuentro es una flecha en mi frente. ¡¡¡Los indios han comenzado la guerra!!! Antes de que pueda pararlo, una mujer desnudo recorre la casa.

COSAS DE LA EDAD

El niño mira a la mujer, coge una flecha, apunta y ¡¡¡En todo el coño, señores!!! ¡¡¡Eso es puntería.!!!. La chica se enfada, coge sus cosas y se va: ESTA EN LA EDAD, no te lo tomes tan a pecho, decía yo, mientras cerraba la puerta de un golpe, aquel encanto femenino.

Cojo al niño... Lo miro fijamente... Lo llevo hasta el sofá... Le pongo un vídeo violento de dibujos Manga... Le exhorto a que no me molestes y me voy a la cama...

¡¡¡¡¡PAZ!!!!!

Las 15:00 h. Me despierto... Voy al cuarto de baño, me ducho, afeito, etc... Una vez más:

COSAS DE LA EDAD

Voy al tfno. Pido pizzas, las que le gustan al niño, por supuesto. El niño no está y no se oye nada ¡¡¡¡PELIGRO!!!! Oigo un leve ruido en la habitación-despacho. Hurga en las páginas porno de Internet... ¡¡¡¡¡¡LASTIMA DE HERODES!!!!!!

Por fin comemos, media hora más tarde, cuando estamos terminando, EL NIÑO me avisa que mi nueva pareja había llamado para recordarme que hoy comíamos en casa, con sus padres...

OTRA VEZ LA EDAD

Salimos disparados hacia la casa de mi amante, y allí estaba con una cara que... bueno, ¡¡Imagínense!! En fin: Bronca, Guerra, Muerte y desolación de una relación prometedora.

Las 18:00h. Pongo la radio, mi equipo ha perdido por goleada ante un equipo mediocre.

COSAS DE LA EDAD

Las 21:00h. Mi Ex, pasa a por el niño ¡¡¡¡¡BIEEEENNNN!!!!!
21:15h. Me siento relajado en el sillón. Contemplo la tele, pero sin implicarme, me duermo ¡¡¡¡¡¡¡TFNO!!!!!!!! El jefe se ha tomado la molestia de decirme que me ha despedido y que pase el lunes a hablar con él y a recoger las cosas.

Rompo el tfno, mi mesa preferida, el equipo de música. Y exclamo, como poseso:

¿¿¿¿SON COSAS DE LA EDAD????

dame

Llevo en la espalda un puñal
clavado por la traición,
no sé qué me duele más,
la herida o el corazón.
Y aunque mi herida no cierra
esperando tu perdón,
tu ausencia ya no me aterra,
que mi herida esté sangrando
o que me trague la tierra,
pero seguiré luchando
hasta que se haga la luz,
aunque me muera esperando.
Tan confundido me siento
que ya no sé quien soy yo,
si luz, si sombra o si viento,
o tal vez un impostor,
pero siempre fui sincero
porque nunca fui traidor.
Si para mi alivio fuera
capaz de odio engendrar,
y mi corazón pudiera
con el desprecio medrar,
herida ya no tendría,
pero nunca supe odiar.
Si el odio fue tu aliado
y el desprecio tu señor,
sierva de los dos has sido
y verdugo del amor.
Por eso, si me lamento,
con el dolor del herido,
no es por el dolor que siento,
ni porque estoy afligido,
sino más vivo y despierto;
porque al fin he comprendido
que no se puede vivir
con un puñal en la espalda
y el corazón malherido.

interioresAquella noche salieron a ahogar sus penas, como tantas otras. Era algo que hacían por lo menos una vez al mes, para sanear y retomar sus respectivas rutinas con mayor fuerza y determinación. Paula y Sergio se conocían de toda la vida; en realidad, sus vidas no se habían cruzado hasta hacía cosa de dos o tres años atrás, pero desde aquél mágico día, no habían vuelto a ser capaces de plantearse el haber llegado a existir el uno sin el otro. Constituían una pareja envidiable, aunque nunca habían sido pareja. Aquella noche era una de sus especiales noches de borrrachera y "desparrame" tan esperadas por Paula. Nunca lo planeaban, cada vez que uno de los dos sentía la ardiente necesidad de romper con todo mediante una de sus clásicas "reuniones de crisis" llamaba al otro, fuera la hora que fuera; los dos dejaban a un lado los planes que tuvieran para esa noche, y se encontraban a las 24 horas en la Puerta del Sol, delante del Oso y el madroño. Pero aquella noche Paula miraba a Sergio de cierta manera picarona. En seguida comenzó la ronda de Margaritas, que tanto gustaban a la chica (a Sergio no le costaba nada hacerla feliz dejando que imperaran sus gustos, que eran tan delicados como ella). Lo estaban pasando en grande, riéndose de sus problemillas cotidianos: que si el jefe, que si la minifalda de la compañera trepa, etc... Paula sonreía constantemente, mientras jugueteaba inocente e insinuantemente con uno de sus bucles. Entonces comenzó a decir: - No te fíes de las mujeres con ropa interior naranja... Sergio no entendía muy bien qué era lo que su amiga pretendía insinuarle con esas palabras, así que se limitó a sonreirle como si tal cosa. La diversión, que como siempre era grande en mutua compañía, seguía su cauce, mientras iban cambiando de garitos, así como de combinados. A eso de las 4 A.M, los dos se hallaban bastante entonados, bueno, se podría decir que Paula estaba borracha como una cuba, así que Sergio se decidió a acompañarla a su piso, haciendo gala del sentimiento de protección un tanto fraternal que ella le inspiraba desde siempre. La fuerza de la gravedad tiraba de Paula hacia el suelo, pero Sergio la agarraba por la cintura con mayor fuerza aún, para no dejar que cayera. Una vez en el ascensor, Paula volvió a repetir entre risitas su frasecita de la noche: - No te fíes de las mujeres con ropa interior naranja. Al fin llegaron al piso de la joven, Sergio sacó su propio juego de llaves, abrió la puerta y condujo a Paulita al sofá, donde se dejaron caer entre risas y suspiros de alivio. A los diez minutos, cuando estaban tan relajados comentando lo mucho que aquél camarero se había fijado en ella, Paula se levantó y comenzó a desnudarse. Se habían visto desnudos miles de veces, ya que no tenían ningún tipo de secretos el uno para con el otro, ni tan siquiera físicos. Pero aquella noche había algo diferente. Sergio se quedó atónito cuando vio que: "Paula llevaba ropa interior naranja".

vida


Si armonizar pudiera mis virtudes
para ser como yo quisiera ser,
aunque fuera con mil vicisitudes,

sin ánimo de gloria poseer,
seguro que sería lo que no soy
y alejaría de mí, lo que ya es.

Mas, como todo sale del tintero,
la pluma se emborracha y se desliza
y me transformo al fin en lo que quiero.

Así, ¿qué ver del niño que no sea
su ingenuidad y cándida inocencia
que osado y atrevido se recrea

llevado por la duda y la impaciencia?
De la mujer, su facultad de madre,
del anciano, templanza y experiencia,

del joven, su arrogancia y su donaire,
del preso, su resignada paciencia,
del ladrón, su temeraria osadía,

del rico, su avaricia y su indolencia,
del pobre, su astucia para vivir,
del héroe, su arrojo y su valentía,

del cobarde, exacerbada prudencia,
del santo, su ejemplar comportamiento,
del tirano, su frialdad e imprudencia.

Sin más, de toda condición humana,
por aberrante y perversa que sea,
una luz se filtra por su ventana,

que sin ser muy brillante o no se vea,
siempre dejará una huella visible
que el ajeno valora o se recrea.

Y cuando me veo listo para andar
y señalo en la vida mi sendero,
es mucho a lo que debo renunciar,

a pesar de haberme hecho como quiero:
vana ilusión y desquiciado empeño
aunque el proyecto salga del tintero.

x poco

No trato de justificar lo que hice, pero la verdad, se esforzaba en amargarme la vida diciéndome cosas que yo no quería oír... Y no digo que le faltase razón, pero no se puede ir por el mundo haciendo daño gratuitamente: que si era un fracasado, que si en realidad hacía esto o lo otro por tal o cual causa, que si no me aceptaba tal como era... Eso irrita, va minando tu aguante; llega primero a preocuparte, después, a dolerte, y el dolor, cuando alguien te lo causa así, sólo por hacer daño, se convierte en irritación, y la irritación deviene en odio; además, creo que en realidad era él el que quería reafirmarse a sí mismo, cobrar relevancia a costa de destruir mi ego.
Yo había oído decir donde se escondía, así que, cogí el cuchillo que uso para desviscerar la caza, y lo hundí en mi abdomen. No pude ver la sangre de mi subconsciente muerto, porque antes, la mía lo inundó todo.

miércoles, 21 de marzo de 2012

He aprendido que hay gente que te ama Pero no lo sabe demostrar He aprendido que cuando estoy enfadado tengo el derecho de estarlo Pero no tengo el derecho de ser malo tambien He aprendido que la verdadera amistad sigue viviendo aún en la distancia Y eso vale también para el amor verdadero He aprendido que, si alguien no te quiere como a ti te gustaria No quiere decir que no te quiera con todo el alma He aprendido que por muy bueno que sea un amigo De todas maneras te lastimará de vez en cuando Y tú le tienes que perdonar por eso He aprendido que no basta siempre con que te perdonen los demás A veces tienes que aprender a perdonarte a ti mismo He aprendido que por mucho que sufras El mundo no se detendrá por tu dolor He aprendido que el pasado y las circunstancias podrían influenciar tu personalidad Pero tu eres responsable por lo que serás He aprendido que si dos personas se pelean no quiere decir que no se amen Y tampoco que no peleen quiere decir que se amen. He aprendido que a veces tienes que poner en primer lugar la persona Y no sus hechos, He aprendido que dos personas pueden mirar la misma cosa Y ver algo totalmente distinto

A Susanita y Miguelito, compañeros de parvulario, les gusta mucho jugar juntos. Juegan al escondite, a los médicos, a indios y vaqueros, y al parchís. Se divierten tanto, que no se dan cuenta del tiempo que pasa… - Susanita, Susanita – dijo Miguelito. - ¿Qué, Miguelito? – respondió Susanita. - Llevamos mucho tiempo jugando, - dijo él. - Es verdad, - afirmó ella. Aquel día, Miguelito había cumplido 37 años, mientras que Susanita seguiría teniendo 36 unos meses aún. - Sí, ha pasado mucho tiempo, - repitió Miguelito, con gesto un poco preocupado. - Nos hemos hecho mayores, Miguelito, - dijo Susanita. Miguelito miró sus manos, su cuerpo, se fijó también (fugazmente) en el cuerpo de Susanita. - Sí. Mayores. – dijo. - Y… seguimos en el… parvulario… - añadió trabajosamente Susanita, luchando con una idea que no quería aceptar. Miguelito miró a su alrededor. De pronto se concretó la vaga preocupación que le atormentaba: - Ya no tenemos edad para estar en el parvulario, Susanita – dijo. La evidente y terrible verdad de esta tesis cortó de un tajo la conversación. Los dos parvularios se miraban, con cara de susto. - ¡Mayores! – gritó Miguelito unos minutos después. Susanita le miró preocupada. - No grites, por favor… tenemos que hacer algo, - susurró dulcemente al oído de Miguelito, sorprendiéndose a sí misma de lo dulcemente que podía susurrar, de pronto, al oído de Miguelito. Éste la miró bastante confundido: - Ha… hacer… qué – tartamudeó. - ¡Deberíamos casarnos! – gritó Susanita. Y no gritó para dar más énfasis a su propuesta, sino porque ya sonaba atronador el timbre que les llamaba a clase. Entonces fue cuando Miguelito se dio cuenta de todo lo que había cambiado, de qué significaba que hubiera pasado el tiempo. Pensó en la boda, en el párroco que los casaría, y que no diría Susanita y Miguelito, sino Susana y Miguel. Todo iba a ser distinto, pero Susana estaría a su lado… él era un hombre, y ella sería su mujer… estaba dispuesto a todo… - ¡Sí! – gritó, gozoso, pero demasiado tarde, porque el recreo había terminado, la maestra había visto que se quedaban rezagados, les había llamado (¡Susanita! ¡Miguelito!) y ya Susanita (de nuevo Susanita) correteaba alegremente en dirección al aula.

JORGE Luis Borges, que es una enciclopedia de citas y anécdotas y cuya existencia como personaje real parece discutible, afirmaba que casi todos los autores están orgullosos de los libros que han escrito, aunque él, sin duda, se enaltecía mucho más de los libros que había leído. Puede aprenderse a escribir con soltura, precisión y cierta elegancia, pero el talento de saber leer ya es algo más complejo, un don que se trae a este mundo y que cuesta muchísimo cultivar hasta el virtuosismo de, por ejemplo, del mismo Borges, quien acometió con éxito la proeza de leer la Enciclopedia Británica para sacarle el mismo provecho que a la más exquisita obra literaria. Leer es el acto de suprema autoridad, sin duda el más laborioso y creativo de todo fenómeno literario porque buenos escritores los hay a miles, pero los avezados intachables lectores se cuentan con los dedos de una mano. Cualquier librero sabe que de los cientos de personas que pasan cada día por su establecimiento, sólo dos o tres son auténticos lectores. Se les reconoce porque saben abrir un libro sin estrenar el indemne crujido de las tapas recién encuadernadas y por el reconcentrado esmero que usan a la hora de consultar las primeras páginas, las solapas y la contracubierta del volumen que acaso lleguen a comprar. Un lector verdadero no va a la librería en pesquisa de libros, sino que aparece por entre las estanterías y anaqueles como alma en pena buscando redención, esperando la llamada susurrante que transcienda la hermética baluerna de todos esos libros tan sólidos sin leer, empacados en sus lomos terribles. Para el verdadero lector es un orgullo haber acabado de la primera a la última letra algunos libros, cierto, pero la fascinación por la literatura consiste y toma sentido y emoción en todos esos libros que no ha leído aún y de los que espera merecer claras señales de afinidad en el momento oportuno. Deambula y suspira quedo entre libros mudos hasta sentirse elegido. Es el instante insuperable de la revelación. Josep Pla, casi cumplidos los cincuenta años, se lamentaba: «¿Qué poco ha leído uno y cuánta frivolidad he puesto en mis lecturas!». Frase que no deja de ser como poco inquietante si consideramos la monumental erudición del ampurdanés y lo prolijo y variado de sus lecturas. Pero él, como muchos lectores de raza, sufría esa desazón y el convencimiento de que todo lo importante, lo decisivo, lo que en verdad le habría servido para considerarse un lector 'hecho', estaba todavía por descubrir. La lectura, para desesperación de sus adeptos (que, como mantenía hace unas líneas, son pocos), es algo que nunca termina, una meta que nunca vamos a alcanzar, una certeza que nunca llega a producirse. Es el mismo síntoma que afecta a los rastreadores pertinaces de la verdad y la belleza: el camino, lleno de alentadores descubrimientos intermedios, se hace cada vez más largo y más dificultoso de transitar, siempre bajo condena de ver y ser capaces de describir el misterio pero sabiendo que nunca llegaremos a entenderlo y mucho menos a explicarlo. Las palabras del concienzudo Wittgenstein sobre su propia obra son demoledoras a este respecto, y estoy convencido de que todos los escritores y lectores deberían recurrir a ellas, como terapia de humildad e incitación a la perseverancia, cada día y nada más meter los pies en las zapatillas junto a la cama: «Mi obra consta de dos partes, la que está escrita y la que no he podido escribir, y es esta segunda parte, precisamente, la más importante de cuanto debería haber publicado». Bajo esa perspectiva y condiciones resulta perezosa, francamente algo párvula, la reflexión acerca de esos libros universales que todo el mundo conoce y que casi nadie ha leído, como parece ser el caso de El Quijote, cuyo cuarto aniversario se ha iniciado con un entusiasmo espectacular. Los escaparates de las librerías están ya colmados de diversas ediciones de la magna obra de Cervantes, y queda por desembalar el grueso de la oferta. En pocos meses las actividades, conferencias, debates, congresos y demás buhonería literaria en torno al Quijote abarrotarán la peregrinación de sapiencia cervantina que ya prepara con ánimo festivo las maletas. ¿En verdad tiene importancia que muchas o pocas personas hayan leído El Quijote? Quizás de esta novela y algunas otras obras literarias pueda afirmarse que su importancia radica en que han transcendido el hecho en sí de la lectura para acomodarse con soberana plenitud en esa instancia, 'la más importante', de aquello que no se ha leído y compone el capítulo fundamental lleno de atracción y hechizo para el imaginario común de toda una cultura. Lo mismo podría decirse del Ulises de Joyce, no ya refiriéndonos a todos esos escritores que lo señalan como novela fundamental del siglo XX y que, sin embargo, nunca fueron capaces de digerir el capítulo dieciocho de la misma, sino también a los miles de personas que cada año celebran el Bloomsday en Dublín y rememoran y se regocijan en las excelencias de una obra que, probablemente, ni han leído ni nunca llegarán a leer. Sobre lo muy experto que es el público en asuntos de la Ilíada y la Odisea y las siete docenas de verdaderos lectores que ha tenido Homero, cualquier comentario sería de una obviedad reiterativa. Tenía razón Josep Pla, en efecto, qué poco ha leído uno; y no digamos Wittgenstein cuando señalaba la relevancia absoluta de lo que ni se ha escrito ni se ha leído. Tiene toda la razón del mundo ese lector voraz y siempre insatisfecho que llega a la librería como superviviente en el naufragio de mil novelas y, sin perder el ánimo un suspiro, sigue respirando ansioso entre volúmenes cerrados, en frenética espera, deseando un libro como se desea una mujer de la que nada sabes aunque el rumor de los días entre libros, que es el rumor de la vida aproximadamente, asegura que en el mismo instante en que tus ojos descubran su figura quedarás perdidamente enamorado de ella, para siempre. Entonces uno descubrirá que el misterio perdura, y que tampoco era tan importante haber leído cuatro veces El Quijote. Total, uno puede permanecer toda la vida junto a la persona amada, con el libro de los libros sobre la mesita de noche, y nunca va a descubrir qué cosa tan extraña y tan acechante y tan dulce y tan tirana es el amor, y los libros, y un par de cosas más en verdad devastadoras e irrenunciables y de las que otro día les hablo, si me lo permiten.

Era una tarde gris y lluviosa del mes de octubre, cuando las tormentas suelen desatar su violencia con atronadores estampidos y la lluvia, impulsada por la gota fría, cae a cántaros cuando menos lo esperas en esta tierra generosa de Valencia. Los transeúntes corrían precipitadamente ahuyentados por el fuerte vendaval para guarecerse en portales, tiendas y cornisas. Yo vine a resguardarme de la lluvia bajo la marquesina de una tienda de comestibles, justo enfrente de una parada de autobús. La tarde se hacía cada vez más oscura, la lluvia arreciaba y los coches que circulaban lo hacían a baja velocidad y con las luces encendidas, formando sobre cada una de sus ruedas en forma de abanico una cortina de agua. Era uno de esos momentos patéticos que la naturaleza anuncia tragedia, o que podemos ser testigos de algo extraordinario; porque las tormentas en Valencia, cuando se producen, suelen ser como sus tracas, una prolongación de rugidos y luces como un volcán en erupción. Los autobuses se acercaban a la parada con suma lentitud y, a través de los cristales, empañados por un sutil velo de vapor, se veían casi vacíos. En uno de ellos, cuando se paró frente a mí, vi descender a un hombre embutido en una gabardina que se apoyaba en un bastón y con gorra azul de corte marinero. La lentitud de sus movimientos y la dificultad con que bajaba el alto escalón movió mi ánimo a ayudarle a descender. Por su aspecto pude adivinar que bajo aquélla gorra se ocultaba una cabeza atormentada, sin que por ello llamara a compasión, pues iba decorosamente vestido y con cierto aire honorable que lo dignificaba. La lluvia se hacía por momentos más densa y las calles, prácticamente intransitables, empezaban a convertirse en auténticos ríos amenazando inundar la acera donde nos encontrábamos. Pero su parquedad en palabras y mi innato reparo a conectar con quien no conozco, hicieron posible que durante unos minutos apenas se cruzaran las palabras precisas para comentar la gravedad del momento y las desastrosas consecuencias que producen estos fenómenos atmosféricos por estas latitudes. Finalmente, debido a la duración y violencia de la tormenta, terminó por romperse nuestra cortedad, lo que permitió que se iniciara el diálogo abierto, y con él se desvelara el secreto. Es evidente que de no haber sido a través de la palabra, pese a que sólo habían transcurrido seis años, los estragos que en su persona habían causado la enfermedad, seguro que esta vez no le hubiera reconocido. Por otro lado, el hecho de que yo llevara un gorro amoldable de plástico para protegerme de la lluvia, no favoreció nada las cosas, lo que motivó que ambos dudáramos de nuestra verdadera identidad; aunque durante el desarrollo de la conversación nos fuimos rescatando del pasado hasta que terminamos viéndonos más o menos como éramos. Cuando amainó la tormenta y por fin pudimos caminar, una vez sentados tranquilamente mientras tomábamos café en un bar cercano, con lágrimas en los ojos fue desgranando pausadamente, como él acostumbraba, los pormenores de su nueva odisea, que no fueron otros que los problemas surgidos entre familia los que le obligaron a abandonar Barcelona. Las palabras de aquel hombre, profesor de instituto jubilado por invalidez permanente, siempre calaban hondo en mi corazón: no había más que escucharle atentamente para extraer de cuanto decía una gran lección de ética y valores enraizados en sus limpias convicciones. -Es increíble, mi buen amigo -enfatizaba visiblemente emocionado- que después de tantos años nos volvamos a encontrar cuando parecía un recóndito secreto que Dios o quien sea no estaba dispuesto a desvelar. ¡Cuánto cambia todo a medida que se va engrosando la historia de nuestra vida!, le respondí un tanto indeciso. La vida es un bien que recibimos gratuitamente, pero hemos de acuñar el recibí con achaques, canas y arrugas. De no ser así, de no ser por ese estricto control a que todos estamos sometidos, no faltarían bribones que, igualmente que viven del engaño y la mentira, también intentarían engañar a la naturaleza para pasar de incógnitos y librarse así de su rigor. -Así es de sencillo –me contestó sonriendo

Un hombre tumbado en un diván - parece desdichado - y una psicóloga están en la consulta de ésta. El hombre desdichado habla. La psicóloga toma notas: - Míreme, doctora. Yo soy perfectamente normal. ¿Por qué tuve la desgracia de nacer de un huevo? ¡Si soy un ser humano como cualquier otro! Ya ve usted que no tengo nada de ave, ni de reptil... - ¿Quizá de pez? - interrumpe la doctora. - ¡Tampoco! - responde el paciente, mientras Paloma Gavilán, doctora en Psicología por la Università di Milano, escribe a toda prisa en su cuaderno. - Soy cien por cien humano - continúa - pero mi madre puso un huevo a los tres meses de embarazo y me incubó otros seis meses hasta que rompí el cascarón. No me enteré de todo esto hasta los diez años, más o menos. Me lo dijo mi hermano mayor. Estábamos discutiendo y sabía que lo dijo para fastidiarme. No le creí. Le llamé mentiroso. No le creí, pero algo en mí debía saber la verdad, porque no era normal que me pusiera tan furioso. Le llamé de todo, traté de pegarle, aunque él era más grande. Me puse a llorar y llegó mi madre. Entonces le dije lo que había dicho mi hermano... La voz del paciente se apaga, sus ojos parece que miran a algo que no está en aquel lugar, como si estuviera viendo la escena que ha narrado. La doctora Gavilán da golpecitos con el bolígrafo en el cuaderno. Por fin, el paciente reacciona y concluye: - Mi madre no tuvo que decirme nada. Leí la verdad en sus ojos. Era todo cierto. De nuevo se queda en silencio. La doctora piensa un momento y pregunta: - ¿Había notado antes rechazo por parte de su familia o su entorno? - ¡Sí, por cierto! En primer lugar, mi padre... - ¿Cómo es la relación con su padre? - pregunta la doctora. - Nunca lo veo. - responde el hombre desdichado, que parece más desdichado por momentos, - No se extrañe. Él me odiaba. Años después supe por qué. Decía que un niño que había salido de un huevo no podía ser suyo. Creo que esto fue lo que causó que se marchara de casa. Cuando se fue, mi madre me contó que incluso se había opuesto a que me incubara. ¡Imagínese! ¡Mi propio padre! - Comprendo... - dijo la doctora, y su rostro tenía un gesto realmente muy comprensivo y tranquilizador. - Y no era sólo mi padre... los demás niños... no sé cómo lo supieron... pero me llamaban "pájaro". ¡Yo era el pájaro, el pajarito, el pajarraco o el gorrión!"Pájaro de mal agüero, pájaro de mal agüero..." les oía susurrar a mi paso. ¿Y acaso tengo algo de pájaro? - A primera vista diría que no. - concede la psicóloga. - ¿Tengo alas? - insiste él. - No - responde ella. - ¿Plumas, pico? - insiste más. - No - responde más. - ¡Efectivamente! - concluye él su demostración - Soy un humano normal y corriente... aunque... - ¿Sí? - le anima a seguir la doctora. - Aunque... - sigue, ruborizándose un poco - es verdad que hasta hace unos pocos meses nunca he podido probar una sola tortilla... La doctora Gavilán palidece. Dice, con voz entrecortada: - Jamás oí atrocidad semejante. Su paciente parece más desdichado que nunca. Gime. Solloza. Dice entre hipos: - Usted... también me rechaza... La doctora está roja de ira y al mismo tiempo pálida de miedo - el tono de su piel es, por lo tanto, un tono de rosa entre claro y fosforescente. Tiembla y echa chispas por los ojos, a la vez que exclama: - ¡Usted... ha comido huevo! Sale volando, indignadísima, por la ventana. En ese momento, el hombre que había nacido de un huevo comprende, como en una revelación, que puede volar. Se sube al marco de la ventana. Manteniendo a duras penas el equilibrio, extiende los brazos por el lado de afuera. Salta hacia delante y empieza a batir los brazos frenéticamente. Sus últimas palabras antes de morir son: - ¡Doctora, espere!

Desde luego él era el jefe, de eso no había duda. O al menos era lo que se le dejaba creer. Él pensaba que dominaba la situación. Que lo tenía todo controlado. Yo, a fin de cuentas, no era nadie en su inmensa estructura … En su organización, tan perfecta. Era uno más, eso sí. Supongo que para él era insignificante, pero no nos vamos a engañar, a la vez necesario. La verdad es que yo estaba muy harto de esa situación. Llevaba días planteándome salir de allí. Dar el gran "campanazo", por así decirlo … Estaba a punto de explotar. No estaba nada a gusto y aquello no se iba a sustentar mucho tiempo más. Aunque claro, no podía dar la nota así por las buenas, tenía que controlarme. Aquella semana había sido muy mala, habían habido muchas tensiones. También había que ser un poco comprensivo, el hombre casi no había ni comido, había estado muy estresado y nervioso gestionando multitud de detalles para una reunión muy importante, que precisamente en ese momento estaba acabando. Y claro, no era buena ocasión para una cosa así. Estos temas era mejor tratarlos en privado. Mientras, el hombre disimulaba, pero sabia perfectamente que yo estaba al limite de mi aguante, seguro que me lo había notado. Pues yo era transparente. Era un de mis tantos defectos de mi ser... No podía disimular. Supongo que él estaría nervioso porque de sobras se lo estaría viendo venir, no era tonto. De repente se empezó a inquietar un poco más, se sonrojó levemente incluso. Estaba incomodo. Yo me crecí entonces. Podía ser insignificante en su vida pero si decidía despedirme de una forma poco discreta sé que él querría que se le tragara la tierra ya que quedaría realmente mal delante de sus nuevos clientes. ¡Menudo era el tío! Ego centrista y presumido … Egoísta. Un nuevo rico, alguien que sólo pensaba en quedar bien y en el qué pensarán. Yo sabía de otros compañeros que se habían despedido con poco estilo y haciendo mucho ruido … Echando pestes … Pero nunca ninguno delante de tanta gente y en una situación tan comprometida. Yo podía darle entonces una lección … De hecho mi forma natural de ser y de actuar era más fuerte que mi voluntad … Y quizá por mucho que lo intentara al final no podría contenerme. ¡Menudos aires de grandeza tenía yo también! La reunión marchaba bien. Eso seguro. Estaba siendo un éxito total. Pero él no las tenia todas consigo. A medida que pasaban los minutos su incomodidad e inseguridad iban creciendo, yo entonces estaba tan salido que ya me importaba todo un pimiento. Si la “liaba” le serviría de curita de humildad … Aprendería que no todo se puede controlar en esta vida … Que algo puede fallar, que se han de cuidar todos los detalles. Y que aunque no me tuviera en cuenta podía estropearle el día y la existencia con un solo desaire mío. Yo sabía que apretaba el culo (con perdón de la expresión), sus ojos estaban fuera de órbita, le sudaban las manos. No sabía ni como ponerse en la silla. Una gota de sudor enorme empezó a resbalarle por la frente, haciendo esquí alpino en sus entradas. Le había cambiado la cara. Él sentía que yo la “haría” muy gorda, su intuición era un hecho. Yo no podía con mi alma. Él pensó que levantándose y paseando por la sala se le pasaría el mal rato. Yo estaba en mi salsa, disfrutando. Y estaba tan a punto de caramelo que no pudo pasar un segundo más cuando, antes de que él pudiera volver a sentarse dejara ir el pedo más escandalosamente sonoro y putrefacto que se había tirado en mucho tiempo. Y ese fue mi final, un claro ejemplo de la triste vida de cualquier gas, como yo.

Siempre he sido un tipo bastante insensible, y me daba todo igual. El otro día, mirándome al espejo, descubrí por qué. Me di cuenta de que era la imagen que se reflejaba, y que a quien contemplaba era a un ser de carne y hueso, que vivía en el mundo real, con sus pasiones y todo eso. Me pregunté cómo era eso de sentir, y no sólo repetir los gestos que estaba viendo (¿de tristeza? ¿felicidad? ¿sueño? ni siquiera lo sabía). Me lo pregunté, pero vamos, que me daba igual. Si los trenes van a la velocidad de la luz, y los aviones llegan antes de salir, dónde iremos con tanta prisa, si ya todo es igual. Y si nuestras telecomunicaciones son sofisticadas y nada tenemos que decir, porque todo da igual; y si se alarga la esperanza de vida, pero sin esperanza, porque qué más da... quizá algún día, en nustras sociedades industriales, gracias al progreso y al estado del bienestar, todos seremos casi iguales, y no correrá la sangre, pero tampoco sabremos si la llevamos en las venas. Pero tampoco es para tanto. El sol, a todas luces, sigue brillando. Y si deja de hacerlo, es sólo una estrella entre tantas otras. Nada es para tanto... cuando todo da igual.

silencio

Hay silencios que nunca debieran producirse, momentos que debieran ocuparse con palabras . Hablar , hablar , hablar . No callar ni un instante .LLenar de palabras la pena , la ausencia , el dolor , el amor , la vida , las ganas de morir . Hablar para mentir y hablar para decir la verdad .Hablar con ganas o sin ellas .Hablar por hablar y hablar por no callar .Hablar para mostrarte y hablar para esconderte . Hablar para acallar al silencio porque hay silencios que nunca debieran producirse .Hablar , hablar , hablar .Hablar y no decir nada.

La lánguida y amarillenta luz del compartimento cae derrotada sobre nosotros, dando a nuestros oscuros ropajes y nuestra rugosa piel una gravedad cuando menos inquietante. Sara duerme plácidamente con su cabeza apoyada en mi hombro, como tantas otras veces, como siempre, el movimiento y mi hombro son para ella garantía suficiente de poder vivir sin que el miedo la mate. Mientras, yo me arreglo para seguir escribiendo un cuaderno más de este vivir de estaciones intermedias y ajeno a cualquier destino. El nuestro no es llegar, llegar es una palabra que no figura en nuestro dialecto de eternos viajeros. Quién lo iba a decir de nosotros, dos sedentarios natos, pero al final todo se dice, hasta lo imposible de pronunciar, y es que al final no somos sino lo que los demás pronuncian, pero eso no lo aprendimos hasta que nos fuimos criminalmente pronunciados. Antes nos creímos invulnerables, no en vano éramos tan jóvenes como estúpidos. Como lo debe ser ese joven que tengo sentado frente a mí y que al menor descuido se roba con una ingenuidad que me maravilla la mirada del libro que está leyendo, y trata de leernos, de algún modo pronunciarnos, pero ahora, lo sé, con cierta pena, no en vano somos dos viejos a la sombra de una luz a la que le resulta imposible ocultar nuestro ancestral y peculiar cansancio, el que sin duda imprime el ir continuamente de un lugar a otro sin otro afecto que el de cambiar de tren, que el de retomar el viaje. En algún momento, aprovechando un cruce de miradas, me va a preguntar algo, lo sé. La sospecha se cumple de inmediato, el joven baja la voz y pregunta: “¿Un largo viaje?”. Si estuviera ella despierta me acompañaría en la complicidad de una sonrisa, pero ella duerme, debo ser yo el que responda y lo hago sin excesiva convicción, bastante, sí bastante. Podría haberle dicho, 59 años con sus 365 días más los de los bisiestos, pero eso sonaría a senil excentricidad, y él no desea pronunciarnos así, él desea hacerlo con lástima. Además, qué trayecto soportaría explicarle a alguien que llevamos viajando más de tres cuartas partes de nuestra vida. Que hemos recorrido todos y cada uno de los kilómetros de vía férrea que recorren la geografía de la vieja Europa, y las arterias principales de buena parte de Asia. Si lo hiciera, él esperaría una historia interminable, y más tratándose de un viejo, pero le defraudaría, lo sé. Porque la razón, es miedo a detenernos, sólo eso, y la razón de ese miedo, el huir de un mal presentimiento que se hizo un día realidad y que nos obligó a creer en todo lo que no habíamos creído antes, a rogar a los cuatro puntos cardinales, a jurar en nombre de virtudes de las que aún no disponíamos, y en un último momento, a expresar un deseo que se nos hizo realidad, marcando a fuego de raíl el sendero de nuestras vidas. Hacía unos días que nos habían detenido, después de que alguien denunciara nuestro escondite, y cuando ya las tropas aliadas cercaban Berlín. Fuimos conducidos con otros muchos, demasiados todavía para la sistemática brutalidad de aquella feroz persecución, al interior del sucio vagón de un tren de mercancías, tal vez de ganado. Todos sabíamos por la estrella trapo que nos cosieron en la solapa, cuál era nuestro destino, Dachau. Y lo era, pero cuando el tren se iba a detener en la estación de Munich, la encontraron tomada por las tropas Rusas, y el tren tuvo que seguir, y ya no se detuvo, y fue así como aprendimos que para huir del horror no había otra posibilidad que la de impedir que se detuviese, y no lo hizo ni lo va ha hacer, al menos mientras Sara y yo vivamos