jueves, 25 de octubre de 2012

Información inútil El concepto del deber, en términos históricos, ha sido un medio utilizado por los poseedores del poder para inducir a los demás a vivir para el interés de sus amos más que para satisfacer sus propios intereses. Distraer la mente de la satisfacción de los propios intereses de un modo colectivo precisa de un mecanismo en virtud del cual, la población, sin perder su inteligencia -pues ésta es necesaria para que el colectivo pueda realizar las tareas que el poder le exige- subestime sus intereses particulares sin siquiera advertir que los está marginando. Se trata de una artimaña sutil que consiste en llenar la mente y el pensamiento de la gente de información que le resulte absolutamente inútil, no dejando espacio para otro tipo de información que le podría suponer grandes mejoras en su vida; mejoras que, con toda probabilidad, irían contra los intereses del poder. Así mismo toda esta cantidad de información inútil al ser compartida por todos genera una serie de conexiones entre los individuos -unos pueden estar más próximos a los postulados de un partido político o de otro; ser aficionados de tal o cual equipo de fútbol; mantener mayor simpatía por este famoso o por este otro; de si la bolsa sube o baja....- de estas cosas y otras por el estilo se pueden pasar horas y horas hablando y pensando sobre ello, aunque es evidente que toda esta información les resulta absolutamente estéril enfocada a aspectos interiores y relativos a su calidad de vida; algo así como asistir a la propia existencia considerando improcedente cualquier aspiración a vivirla. Lo más curioso es que, como el ser humano tiende al hábito, al vivir en una cultura dominada por la información inútil, al proceso cognitivo se le hace ésta imprescidible; de este modo somos capaces de autogenerarnos este tipo de información si la que proviene del exterior no nos mantiene ocupados lo suficiente, en ese caso nos preocuparemos de mil y un cotilleos sobre nuestra vecindad, por ejemplo. Se trata literalmente de crear una falsa vida dentro de la vida real de cada persona que termine por anular la segunda; un ejercicio de solipsismo social mediante el cual la realidad queda filtrada para que la percepción se instrumentalice hacia aspectos que nunca redundarán en el interés del individuo. Es una artimaña difícil de desentrañar y combatir, como lo son todas aquellas en las que causa y consecuencia son la misma cosa, con lo que se genera un círculo vicioso. Algo parecido a las adicciones: la causa y la consecuencia del alcoholismo es el mismo hecho de beber alcohol; tener la cabeza llena de información inútil es la causa de que el poder, utilizando conceptos como el deber, nos induzca a vivir para el interés de los amos y la consecuencia de esta inducción es tener la cabeza llena de información inútil. No estoy intentando sostener que no sea necesario que una parcela de nosotros mismos esté destinada al mero entretenimiento, ni que éste tenga que poseer siempre valores trascendentes. Esto sería una tergiversación, si bien fácilmente pronosticable de las palabras anteriores. Los juegos de palabras siempre me han fascinado y trascendente no es sinónimo de útil ni intranscendente, por tanto, lo es de inútil. El problema que planteo no estriba en cuestionar la visión de un partido de fútbol, por ejemplo, ni tampoco hago juicios de valor sobre si ese acto es más o menos beneficioso que contemplar un atardecer, lo que supondría un ejercicio de estúpido maniqueísmo. En cuanto a esto, creo que sería una parte esencial de cualquier sistema social que la educación fuese encaminada a despertar aficiones que capacitasen al ser humano para usar su tiempo libre de un modo inteligente y que los placeres de las poblaciones urbanas, sobre todo, dejasen de ser en su mayoría pasivos (contemplamos el trabajo de los actores en una película o retransmisiones deportivas o contemplamos a gente que bien podrían ser nosotros mismos en un reality show...) aunque esto sea resultante de que la mayoría de energía activa se consume en el trabajo; si se tuviese más tiempo libre volverían las diversiones mediante juegos en los que se tuviese más participación activa. Para la mayoría de las personas las largas horas dedicadas a trabajar no otorgan mayor utilidad a su pensamiento que ganarse el sustento y el resto de horas de vigilia suelen rellenarlas con información así mismo inútil que difícilmente les sacará de esta tendencia vital. El problema no es que en nuestro día a día manejemos alguna cantidad de información inútil que quizá nos pueda distraer o incluso relajar ante posibles tensiones inherentes al hecho de vivir; el problema se plantea cuando una cantidad ingente de información inútil ocupa la práctica totalidad de nuestro cerebro y, sobre todo, que el sistema social nos capacite continuamente para ello y no para lo contrario, como sería deseable... en aras de que no dejemos de cumplir con nuestro deber con el colectivo, que sólo -como ya dije- satisface los intereses del poder y genera -si entendemos por el colectivo la totalidad de la humanidad- por encima de todo, guerras, hambre, desigualdad y mil cosas más que nada tienen que ver con los intereses particulares de cada persona; como si en lugar de ser personas que ocupamos un espacio que hemos elegido con libertad y plena conciencia de lo que hacemos y sabiendo para que sirven nuestras obras, fuésemos impenetrables bloques de espacio que normalmente no hemos elegido, con fisonomía de ser humano. Hay dos puntos claves en todo este juego. El primero sería una reivindicación del tiempo libre; el segundo un análisis severo de las manifestaciones culturales -entendiendo por éstas desde un spot publicitario hasta todo tipo de espectáculos de masas pasando por los discursos e intervenciones de los políticos de turno- de nuestra civilización, entendiendo que estas manifestaciones culturales son el espejo de lo que la civilización tiene grabado en sus neuronas.

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