jueves, 25 de octubre de 2012

Muerte de la cultura Si vivimos en un mundo en el que cualquier distracción, por espuria que ésta sea, es elevada a la dignidad cultural, ningún valor transcendente puede ser capaz de frenar, ni siquiera condicionar, la explotación del ocio como maquinaria para el desarrollo del consumo. Esta maquinaria, las grandes multinacionales del ocio, no contemplan entre sus pretensiones dignificar el ocio mediante la inteligencia, es mucho más fácil atesorar riquezas si se ofrece un producto que se trague sin masticar, quizá porque la masticación lleva su tiempo y ese tiempo no se dedica a consumir nuevas porquerías intranscendentes; quizá porque una sociedad inteligente no necesitaría consumir tanto; quizá porque la cultura digna enriquece el espíritu crítico y sería capaz de conseguir que el público admitiese como intolerable lo que de hecho es intolerable en lugar de mirar para otro lado; quizá por muchos más motivos que no imagino; pero el hecho es que la cultura perece. Si el supremo objetivo de la inteligencia es la felicidad no cabe duda de que todos sus fracasos conducen ineludiblemente a la desdicha. Una cultura que perece es inteligencia social que muere y eso sólo puede ser sinónimo de desdicha; desdicha que no paramos de constatar día tras otro. Se advierte el cansancio y la fustración en aquellos que desde la iniciativa privada han seguido luchando por mantener viva una cultura con mayúsculas sin el apoyo de las grandes empresas de ocio. Por parte del estado lejos de promover que la sociedad disfrute de un ocio inteligente, no escatiman en aumentar tasas impositivas y legislar de manera que cada vez resulte más dificil -para muchos impracticable- realizar cualquier labor que fomente y cree espacios para que se pueda disfrutar de una cultura distinta. Si la cultura inteligente es minoritaria con su arrinconamiento y persecución cada vez lo será más. Cultura es inoculación, transmisión de valores con calidad expansiva. Aquello que nuestro entendimiento absorbe se transmite, se contagia; el pensamiento posee naturaleza divulgativa que posibilita que diferentes manifestaciones culturales puedan dar lugar a movimientos sociales armados de un entramado intelectual que si se desvanece quedan anulados. Asistimos a una banalización de la cultura subvencionada en la que el pensamiento del espectador, lejos de implicarse de modo activo, sólo posee calidad receptora mediante la cual la inoculación pasiva de valores culturales termina por derrotar al pensamiento que sólo participa en la medida que lo haría un molusco contemplando la destrucción de su hábitat por parte de una compañía petrolera; peor aún, se puede sonreir ante ello mediante una broma de la industria holliwoodiense. Millares de personas con talento o bien abandonan, o bien ceden a trabajar en la cultura basura por una mera cuestión de supervivencia. Y pasamos del elogio a la palabra a la infame simplificación del lenguaje cuya semántica aberrante derivada de los s.m.s. -del inglés short message service- comienza a advertirse en el lenguaje oral quedando el recurso retórico reducido a impresiones y expresiones que van de lo básico a lo inexistente. La simplificación de la palabra, como herramienta del pensamiento que es, implica un deterioro de éste; un pensamiento sin herramientas es incapaz de establecer juicios críticos sobre aquello que le rodea, siendo sólo capaz de engullir lo que tenga alrededor sin más. La muerte de la cultura significa la muerte del pensamiento y la muerte del pensamiento implica la renuncia de la sociedad a decidir como crecer de un modo sensato, cayendo en manos del materialismo que, con tácticas criminales, jamás cejará en su empeño de convertir al mundo en basura si es necesario y a la población en pequeñas bacterias sordas y mudas que se alimenten de ella mientras generen el suficiente rédito para que aquellos que asesinan la cultura puedan practicar un modo de vida en el que el hedonismo carente de cualquier valor ético está por encima de todo, intentando inculcar la consecución de este modo de vida como meta final a la que cualquier ser humano debe aspirar aunque muy pocos lo lograrán, prostituyendo la felicidad que depara la inteligencia en virtud de una falsa felicidad que proporciona la opulencia, el despilfarro y el placer superficial y gratuito en términos tanto espirituales como intelectuales… Esta es la cultura que impera, esto es lo que se quiere de cualquier ser humano, una cultura mediante la cual no se debe tener ningún reparo en machacar al prójimo, ya sea a nivel individual como entre pueblos y culturas, si ello implica un avance en un estúpido progreso. Asistimos a la muerte de la cultura. Descanse en paz.

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